Poner nombre a un negocio no es tarea fácil, no es elegir una palabra o una frase que suene bien o que nos parezca graciosa al azar. La clave obviamente esta en no dejar al azar la elección. Es cierto que dar nombre a un proyecto es tan (o más) importante como un buen desarrollo de la idea, porque es lo primero que va a llegar al cliente. Diferenciador, llamativo, memorizable y sobre todo exento de significados negativos para nuestra empresa.
Bautizar un producto o una empresa con nombre y apellidos que en nuestro idioma, y los que nos son mas familiares, no significa nada; no quiere decir que en otros idiomas no tengan un sentido. En un primer momento piensas que no tiene importancia y que si no vas a ir a ese país con tu producto no tienes que preocuparte. Pero eso es un grave error. Primero porque nunca sabes cual va a ser el futuro de una empresa, puede que surja la oportunidad de internacionalizar y encontrarte con que tus productos no triunfan porque las connotaciones asociadas a tu nombre (y tambien imagen) no se ven de la misma forma que en el país de origen. Y segundo, porque vivimos en un mundo cada vez más globalizado, lo que significa que puede que tu no vayas a un mercado, pero puede que el mercado vaya a tí.
En el estudio, cuando preparamos las propuestas de naming, al principio son todo quebraderos de cabeza, analizar esto, ver aquello, tal o cual significado… y derrepente aparece esa palabra que estabas buscando. Apartir de ahí, sólo hay que analizarla y ver sus posibles connotaciones (positivas y negativas), si realmente transmite la visión de la empresa o define su tarea, si puede suponer una barrera en algun mercado, etc. Todo un análisis anterior a presentarle las ideas al cliente, que como siempre, es el que tiene la última palabra.